17 agosto 2006

El Fantasma de la Continuidad


El Fantasma de la Continuidad sobrevoló una vez más la inmortal ciudad de Zaragoza. Hacía largos años que no volvía a pasearse por sus calles milenarias. Con ritmo decidido cruzó el Ebro, se deslizó entre las torres del Pilar y rodeó la plaza de España.

Sin pausa se introdujo en el Paseo de la Independencia buscando las oficinas del CAI Zaragoza, pero en ellas no había nadie. Levemente asustado, aceleró su vuelo hasta la grada de los sueños, allí donde debía ser cumplida la promesa que le habían solicitado.

Pero en el Príncipe Felipe tampoco había nadie. Desconcertado, repasó mentalmente todas las peticiones, deseos y ruegos que le habían traído hasta allí, y decidió comprobar en espíritu y forma donde habían quedado.

Volvió por Cesáreo Alierta en busca del apartamento de Billy Keys, mas no encontró rastro alguno del americano. Tampoco le importaba, pues era más un deseo que una promesa. Instantáneamente se apareció en la cancha donde Mario Fernández perfeccionaba su tiro, pero el Espíritu del Olvido le alejó susurrando sus letanías, las mismas que insufló al Leteo para que, aquellos que lo cruzaban, dejaran su recuerdo allí.

Inspirado por el aroma de la ignorancia y el estupor, el Fantasma de la Continuidad surcó el cielo contra el cierzo en busca de más promesas. Sin descender al suelo pudo ver a Alberto Angulo y Matías Lescano disfrutando del verano, lo que le proporcionó fuerzas para continuar adelante. Pero ya había advertido una presencia conocida, un rastro familiar al que temía a la vez que odiaba.

En su periplo por los cielos le llegaron los ecos de una batalla, de Arteaga volando a las Islas Afortunadas y Antelo a las verdes tierras de Euskal Herría, deseos imposibles de cumplir. Pero allí estaba en cambio Rafa Vidaurreta, posando para los fotógrafos en la campaña de abonados del CAI, un triunfo más en su haber.

De pronto, un golpe le lanzó contra el suelo. Indignado, el Fantasma de la Continuidad atisbó el cielo en busca del agresor, aunque ya conocía su identidad a la perfección. El Fantasma de la Renovación, su Némesis, había cobrado vida de nuevo y se paseaba altanero alimentado por los deseos de Alberto García Chápuli y Chus Mateo.

Ciertamente desesperanzado, el Fantasma de la Continuidad apuró inútilmente sus poderes, pero lentamente advirtió como su misión se desmoronaba. Primero fue Rubén Quintana, arrebatado brutalmente, después Luc Arthur Vebobe, instigado por el Fantasma de la Avaricia, y por último Jo Jo García. Pero antes de desvanecerse hasta un nuevo ruego, el Fantasma de la Continuidad arrojó sus redes sobre el chipriota, atándolo brevemente. Después, el silencio.

Su cuerpo espectral se evaporó ante un mudo testigo. El Fantasma de la Renovación arrancó su lanza del suelo y sonrió. Había ganado por cuarto año consecutivo su batalla contra la Continuidad. Este año había sido más difícil que nunca, pero los seres humanos eran así, inconstantes, olvidadizos, siempre buscando algo nuevo que les reconforte. Jugando con ellos era muy difícil perder la partida.