22 enero 2007

El Sexto Proyecto




Tras más de 100 días en su Gedrosia particular, Simón abrió el buzón de su casa y se dejó invadir por la correspondencia atrasada. Entre facturas, Visas Oro y cupones de Telepizza encontró un ejemplar del periódico matutino, el mismo que día tras día un mecenas anónimo dejaba a su alcance.


Simón había tenido la secreta esperanza de que esta rutina se hubiera acabado con su desaparición. Su médico le había aconsejado abstinencia total de baloncesto para una completa desintoxicación, pero la tentación era demasiado fuerte. Arrojó la propaganda a la papelera, apiló las cartas del banco en una mano y diario en mano subió las escaleras de casa.


Ya en el sillón se tomó unos segundos antes de abrirlo. La última noticia que había tenido del CAI Zaragoza se remontaba a octubre. Entonces, un equipo desmadejado e irregular deambulaba sin más pena que gloria por una LEB sin claros dominadores.


Impaciente, titulares desbordantes de optimismo hablaban de la primera victoria de la "Era Segura". Un momento, ¿Era Segura? Propenso a desconfiar, volvió a releer la letra gorda. Vaya, vaya, vaya. Así que Chus Mateo, el hombre que desde el principio todo el mundo veía un poco bisoño para llevar al CAI a la ACB, había sucumbido 19 jornadas después en otro bochornoso espectáculo frente al Tenerife inoportunamente televisado.


Pero lo que más le extrañó fue el apartado estadístico. Nuevamente pensó en un error. ¿Crispin? ¿Phillip? ¿Starosta? ¿Dónde estaban los jugadores del CAI? ¡La leche! ¡Si habían cambiado media plantilla! Una llamada rápida resolvió todas sus dudas.


Lo bueno de tener amigos con tus mismos intereses es que te ahorran muchos detalles innecesarios y te cuentan sólo lo que necesitas saber. Así fue como se enteró de la sucesiva desestructuración, desestabilización, remodelación y reforzamiento indiscriminado de la plantilla. Supo del fiasco de la contratación de Sebastien Maio en sustitución de Sartorelli; del affaire Mateo - afición - Colom; de la llegada de Maraker y Starosta primero y la de Crispin y Phillip después; de la lesión de Jo Jo y la recuperación de Vidaurreta; de la progresión de Lescano y el bajón de Angulo...


Algo sorprendido, comparó ambas situaciones. En octubre, el quinteto base era Victoriano, Angulo, Evans, Onyekwe y Faverani. Sartorelli le daba descanso a su compatriota; Lescano a los dos aleros y Corbacho replegaba las migajas. Jo Jo relevaba a Faverani e Iván García se comía los restos de las migajas de Corbacho. Cuatro exteriores y un pívot solitario, una filosofía sostenida por Chus Mateo y Chápuli que le había costado al primero el puesto, y al segundo la credibilidad.


Ahora tenían un equipo prácticamente nuevo. Entre Crispin, Victoriano, Lescano y Evans se comían casi todos los minutos del base al alero; Colom y Angulo miraban desde el banquillo; y Corbacho seguía con sus migajas. Iván García ya no iba ni convocado; y el juego interior había cambiado por completo. La recuperación de Vidaurreta y los fichajes de Starosta, Phillip y Maraker completaban una rotación formidable bajo tableros, donde aún se podía tener el lujo de un extracomunitario como Onyekwe o Faverani de quinto pívot o incluso a Jo Jo García. Y para dirigir todo esto, un entrenador "de carácter" como Curro Segura.


Cualquier aficionado podía darse cuenta de las infinitas posibilidades de una plantilla larga y polivalente, menos versátil pero más física que la del año pasado. Una de las mejores plantillas de la LEB, sin duda alguna. Y una plantilla completamente diferente a la que inició la temporada. Simón cerró el periódico lentamente, formuló un pensamiento y comenzó a escribir...:


"EL SEXTO PROYECTO" La llegada de Curro Segura y la incorporación de cinco jugadores de nivel (incluyendo al lesionado Vidaurreta) ha inaugurado el sexto proyecto de ascenso a la ACB del Basket Zaragoza 2002 (con 8 meses de antelación) tras una convincente victoria en casa contra el Palma Aqua Mágica..."

08 octubre 2006

Año malo, año bueno


-¡Dios mío! Sagitario está como ascendiente de Géminis y Capricornio se acerca impetuosamente a Tauro. Esto sólo puede traer malas noticias.

Quien tan temibles palabras había pronunciado no era otro que el insigne profesor Navarro, antaño eminente científico y ahora alumno aventajado de las oscuras artes de Cagliostro, Paracelso y el doctor Fausto.

Tantos años de penuria baloncestística habían dejado su materia gris un tanto blanqueada, lo que le proporcionaba jugosos y placenteros estallidos de paranoia totalmente temporales, lo que no impedía que durante los accesos su mente no dejara de elucubrar una y un millón de teorías conspirativas.

En estos momentos era el CAI Zaragoza el objetivo de su pensamiento. Gracias a sesudas ecuaciones, aderezadas con algunas derivadas y sazonadas con unos cuantos índices de probabilidades, podía vislumbrar entre la maraña de malos resultados un resquicio para la esperanza, pero el ascendiente de Géminis lo había enturbiado todo.

-¡No! ¡No! Si el primer año impar promediamos 80.3 puntos por partido, ganamos el 45% de los partidos y nos quedamos 14º; si el año siguiente par hicimos 82.4, ganamos el 57% y acabamos 4º; si el tercer año, impar, anotamos 79.3 puntos, ganamos el 51% y nos quedamos 6º; y si el año pasado, par, metimos 79.3 puntos, ganamos el 71% y quedamos 4º... este año impar nos toca... nos toca.... perder otra vez!!!!!

En sus ojos destelleaba la locura. Miraba al cielo con la ilusión del que busca una señal, un argumento que rebatiera lo que los infatigables números y el ascendiente de Géminis marcaban como indefectiblemente cierto.

De pronto, el timbre de la puerta le arrancó de su ensoñación. Raudo abrió la puerta y dejó pasar a una chica menuda y despierta, que enseguida se dio cuenta del estado en el que se encontraba su tío.

-¿Qué ocurre esta vez, tío? -inquirió preocupada por su salud mental.
-El CAI, pequeña, el CAI. Los astros señalan esta temporada como nefasta. La dualidad de Géminis nos va a proporcionar la repetición de un año impar, un año impar Natalia, un año impar.

El profesor dejó en el aire estas palabras, para que su sobrina absorbiera por todos sus poros la rotundidad y profundidad de las mismas. Pero a Natalia no le hacía falta recordar, tenía bien aprendida la lección. Como estudiante de Estadística se había fijado en las constantes del CAI Zaragoza. Sólo tenía que mirar el puesto de entrenador y el de la posición final para elaborar una teoría.

Año 1: Julbe coge al equipo a mitad de temporada y se acaba mal.
Año 2: Julbe realiza toda la temporada y el equipo acaba a 10 minutos del ascenso.
Año 3: Julbe coge el equipo a mitad de temporada y se acaba mal.
Año 4: Julbe realiza toda la temporada y el equipo acaba a 5 minutos del ascenso.
Año 5: El equipo empieza mal...

Como si hubiera estado leyendo sus pensamientos, el profesor susurró, con miedo a despertar algún espíritu vengador...:
-La solución será traer a Julbe, ¿no?

Su sobrina le miró con aire conciliador, como a un niño que no sabe lo que dice, y le respondió:
-No, tío, si traemos a Julbe ahora acabaremos mal. Hay que ficharlo cuando comience la 2007/08.

El tío asintió con un gesto de su cabeza y se recostó sobre el sofá. Al cabo de un rato ya estaba dormitando. Mientras, a su lado, Natalia trataba de buscar algo a lo que agarrarse. No se podía dar por perdida la temporada cuando sólo habían transcurrido 3 partidos de Liga. Algo podría hacerse. Eso entraba dentro de la lógica.

PD. Siento si es una historia algo paranoica, pero en estos momentos pocas cosas se pueden decir del CAI aparte de un largo suspiro mezcla de resignación, incredulidad y fastidio.

26 septiembre 2006

El bueno, el feo y el malo





Chus observó la pantalla completamente ensimismado. De fondo podía escuchar los silbidos de "El bueno, el feo y el malo." En la comodidad de su salón todo parecía más sencillo. No tenía que lidiar con la prensa (majaderos que todo lo saben), con los jugadores (divos que se arrugaban cuando había que decidir el partido), con la directiva (estos que se creen que con poner el dinero todo se arregla), ni siquiera con sus ayudantes (ay, Joaquín, ¿cuántas veces te recordarán esa bandeja en Ginebra?)... en la comodidad de su hogar, Chus sujetaba el mando con más fuerza que en la propia pista.

Clint Eastwood apuntaba a Eli Wallach junto a la tumba del soldado sin nombre, e inconscientemente Chus le asignó uno pícaramente. No comprendía muy bien como había llegado a esa situación. Apenas un par de semanas antes todo funcionaba sobre ruedas; Onyekwe y Evans habían redefinido la palabra versatilidad; Angulo y Corbacho eran letales en el perímetro; su brasileiro mostraba buenas maneras e intimidación; el bloque funcionaba y los resultados iban cayendo a nuestro favor... hasta ese día.

¡Bang! ¡Bang! Como dos tiros le había sentado esa presionante de Perasovic. Maldito el día que Hevia se lo había traído al Breogan precisamente en ese pabellón, el Príncipe Felipe, en el Preolímpico del 92. El equipo se había derrumbado anímicamente, sin posibilidad de reacción, como un equipo de cadetes cuyo rival es tan infinitamente superior que da el partido por perdido, y le vale con llegar a campo contrario.

Vale que era el TAU, pero el correctivo había sido demasiado serio como para no tenerlo en cuenta. Luego llegaría lo del Caja Rioja, y ahora esto, una derrota en Gandía, y en liga. Menos mal que a la hora de la verdad las victorias sólo contaban en el playoff final, pero sabía perfectamente que un equipo aspirante al ascenso tenía que ganar estos partidos, precisamente estos.

¿Cómo demonios le había podido pasar esto a él? Un estudioso del juego. Táctica, técnica, psicología, preparación física, scouting, todo lo tenía en cuenta. De Scariolo había aprendido que todo es importante, todo influye, todo... todo para caer en la cancha de un recién ascendido practicando un juego horripilante, desastroso. Sin duda habían sido los biorritmos, no los tuvo en cuenta y coincidió que todos los jugadores estaban de bajón. Sin duda era eso.

Se mesó los escasos cabellos que tenía y se quitó las gafas para frotarse los ojos. Eran las 2 de la mañana y ya habían transcurrido 30 horas desde el final del partido. Meneó la cabeza de un lado a otro, advirtiendo que algo había hecho mal. Pero al fin y al cabo, sólo era una derrota. Tenerife le esperaba.

10 septiembre 2006

Una historia de Violencia


¡Corre! ¡Salta! ¡Cae! ¡Late!

El gigantón suspiró violentamente tras la caída. Sus rodillas amortiguaban perfectamente todos los golpes, aunque sabía que un día dejarían de hacerlo y tendría que abandonar lo que más le gustaba en la vida.

Una música divina todavía resonaba en sus oídos, una orquesta celestial de 8.000 voces al unísono, jaleándole, impulsándole a saltar más alto, machacar más fuerte, levantar el brazo hasta el techo del pabellón.

Exultante, el brasileiro sonrió al banquillo enseñando una dentadura blanca y perfecta, la de un chaval de 18 años con ganas de comerse el mundo, pero de momento había empezado por su compatriota Caio Torres.

Volvió a defender corriendo, pendiente de los movimientos de Nikolic. En el medio campo, uno, dos, tres toques con el brazo y el pecho, tanteando al rival, intimidándole antes de recibir el balón. Pequeños trucos de veterano que un miembro de la plantilla le había ido enseñando en los últimos entrenamientos.

Nikolic le encaró y levantó el mentón, como diciéndole: "Tranquilo, pequeño, que te voy a hacer daño". Pero Vitor Faverani ni se inmutó. En ese momento era el Rey del Mundo, y nadie le iba a bajar de su pedestal.

En ese momento Pancho Jasen inició una penetración a canastas y dejó un tiro colgado. Accionado por un sexto sentido, Faverani había dejado a Nikolic solo un segundo antes y saltó con todas sus fuerzas con el brazo extendido. El rugido del pabellón le confirmó que había llegado al tiro y lo había taponado allí donde sólo llegan los que poseen alas.

Sin descanso, Vitor volvió a correr con el alma en las zapatillas, justo a tiempo de recibir el balón y machacarla una vez más. Exhausto, apoyó sus manos sobre las rodillas y se permitió un respiro.

El estridente sonido de la sirena le advirtió del tiempo muerto. Levantó los brazos y saludó al público por el reconocimiento. Había llegado a la cima en poco tiempo.



A unos metros de él y sobre una grada blanca, dos lobos de mar devoraban las patatas fritas del pabellón. Demasiado saladas y demasiado calientes, pero en frágil período entre las 22:00 y las 22:15, el hambre apretaba el estómago y representaba una buena forma de engañarlo.

-Este Faverani parece bueno, ¿no?
Su compañero terminó de quitarse un trozo de patata entre los dientes y chasqueó la lengua asintiendo.
-Tanto hablar de él, que si era un chaval, que este Chápuli pensaba que iba a ser el nuevo Tiago Splitter y teníamos a Lucio Gastao, que no merecía la pena gastar una plaza de extracomunitario en un chico brasileño de 18 años, que este año no nos íbamos a comer un colín y fíjate... 5 mates que lleva.

Confirmando sus palabras, un nuevo ataque del CAI se saldó con un mate y una falta recibida de Faverani. El que había hablado se levantó de su asiento y aplaudió alocadamente la acción. El brasileño no se apresuró a lanzar el tiro libre. Como las anteriores ocasiones, cogió el balón a una mano y lo dejó colgando un rato, visualizando el tiro. Acomodó la pelota, lanzó, y rebotó en el aro, saliendo despedido fuera de la zona.

El comedor de patatas volvió a chasquear los labios, mostrando cierta decepción.
-Sí, ya sé que parece que no mete los tiros libres, pero no todo va a ser perfecto. Fíjate que planta, si parece Lew Alcindor con ese corte de pelo. Además el año pasado Vebobe tampoco metía los libres y a nadie le parecía malo.

Su compañero dejó de comer patatas y le lanzó una mirada inquisitiva, un destello de incredulidad a todas luces evidente. Se pasó la mano por los labios para eliminar los últimos rastros de aceite y sal y escupió:
-Que sí, que mañana me compro la peluca, pero prefiero verlo dentro de 7 meses, a ver si seguimos opinando lo mismo.

Los dos se sentaron con la mirada al frente, fija en el otro lado de la grada, buscando un lugar donde esconderse. De fondo, la Demencia continuaba su propia fiesta.

18 agosto 2006

Radiografía

Aviso: Esto es un artículo ficticio, no está basado en ninguna persona específica, sino en un fenotipo reincidente en las gradas del pabellón.

Me dirijo a tí, una persona concreta, aunque en alguna de tus características podrán reconocer los ojos expertos a los aficionados que les rodean.

Eres un varón blanco, quizá acudes al baloncesto con tu familia, o a lo peor solo, pues no has podido inculcar a los tuyos un sentimiento que es en ti una tradición. Abrumado por un trabajo rutinario, sólo piensas en que llegue el viernes para ocupar tu grada roja a pie de pista, allí donde puedes impregnarte del aroma de los jugadores y te permite pavonearte ante los demás de lo cerca que estás de sus ídolos.

En tu sapiencia baloncestística estás de vuelta de todo. Nada puede asombrarte ya. Cualquier tiempo fue mejor, y ningún jugador pasado, presente y futuro le llegará a la suela de los zapatos a Fernando Arcega o Kevin Magee.

Miras con nostalgia el símbolo de José Luis Rubio, aunque en público lo vapuleas jactándote de lo mal que lo hizo, pues nada es más fácil para tí que seguir echando leña al árbol que arde. Te apuntas con rapidez a los triunfos y te desligas de las derrotas.

Cuando tu equipo pierde, la culpa siempre la tienen los jugadores que no sudan la camiseta, que no sienten los colores como antes; o del entrenador que no tiene ni idea... si tú entrenaras el CAI... y si no, del Chápuli ese, o del presidente. La esencia es que tu equipo ya no es tanto tu equipo, y miras de reojo al fútbol, a ver si puedes cambiar de tercio y apuntarte una alegría renegando de tu CAI Zaragoza.

¿Y qué decir de esos zagales que frecuentan el pabellón y los foros de internet? ¿Qué van a saber ellos, si no pudieron contemplar a la gloriosa selección que conquistó la plata en Los Angeles 84? Tú te quedaste a ver el partido aquella noche. Bueno, no. Pero eso le cuentas a todos, porque al fin y al cabo, uno no es un buen aficionado si no ha estado por activa o por pasiva en los acontecimientos míticos.

Esta noche te sentarás en tu butaca para ver a un CAI que ya no es tu CAI, pero que te sirve de válvula de escape. Porque eres principalmente tú y no otro el que, mandíbula desencajada, ojos furibundos y adrenalina disparada, gritas aquello de: "Negro, suelta la pelota de una puta vez" "Julbe, pide un tiempo muerto, que no enteras, imbécil"... y a los dos minutos replegas tu bocadillo de tortilla de patata envuelto en papel de plata que con tanto mimo te has preparado.

El baloncesto es para tí un pasatiempo aunque tú lo tiñas de afición. Pero lo peor es que tú no lo quieres admitir. Te crees en posesión de la verdad absoluta. Tu pensamiento es el único baremo válido en tu pequeño universo excluyente.

A tu lado una persona exactamente igual que tú, con tu misma edad, vida y una historia parecida volverá a vibrar con su equipo, con ese sentimiento que todavía no ha perdido, y en él residirá el espíritu de ese equipo que ganó dos Copas del Rey y el orgullo del CAI Zaragoza. Tú le mirarás con envidia, porque creerás reconocerte en él con todas las virtudes que anhelabas mantener, pero tú sabes que dentro de ti sólo queda rencor.

17 agosto 2006

El Fantasma de la Continuidad


El Fantasma de la Continuidad sobrevoló una vez más la inmortal ciudad de Zaragoza. Hacía largos años que no volvía a pasearse por sus calles milenarias. Con ritmo decidido cruzó el Ebro, se deslizó entre las torres del Pilar y rodeó la plaza de España.

Sin pausa se introdujo en el Paseo de la Independencia buscando las oficinas del CAI Zaragoza, pero en ellas no había nadie. Levemente asustado, aceleró su vuelo hasta la grada de los sueños, allí donde debía ser cumplida la promesa que le habían solicitado.

Pero en el Príncipe Felipe tampoco había nadie. Desconcertado, repasó mentalmente todas las peticiones, deseos y ruegos que le habían traído hasta allí, y decidió comprobar en espíritu y forma donde habían quedado.

Volvió por Cesáreo Alierta en busca del apartamento de Billy Keys, mas no encontró rastro alguno del americano. Tampoco le importaba, pues era más un deseo que una promesa. Instantáneamente se apareció en la cancha donde Mario Fernández perfeccionaba su tiro, pero el Espíritu del Olvido le alejó susurrando sus letanías, las mismas que insufló al Leteo para que, aquellos que lo cruzaban, dejaran su recuerdo allí.

Inspirado por el aroma de la ignorancia y el estupor, el Fantasma de la Continuidad surcó el cielo contra el cierzo en busca de más promesas. Sin descender al suelo pudo ver a Alberto Angulo y Matías Lescano disfrutando del verano, lo que le proporcionó fuerzas para continuar adelante. Pero ya había advertido una presencia conocida, un rastro familiar al que temía a la vez que odiaba.

En su periplo por los cielos le llegaron los ecos de una batalla, de Arteaga volando a las Islas Afortunadas y Antelo a las verdes tierras de Euskal Herría, deseos imposibles de cumplir. Pero allí estaba en cambio Rafa Vidaurreta, posando para los fotógrafos en la campaña de abonados del CAI, un triunfo más en su haber.

De pronto, un golpe le lanzó contra el suelo. Indignado, el Fantasma de la Continuidad atisbó el cielo en busca del agresor, aunque ya conocía su identidad a la perfección. El Fantasma de la Renovación, su Némesis, había cobrado vida de nuevo y se paseaba altanero alimentado por los deseos de Alberto García Chápuli y Chus Mateo.

Ciertamente desesperanzado, el Fantasma de la Continuidad apuró inútilmente sus poderes, pero lentamente advirtió como su misión se desmoronaba. Primero fue Rubén Quintana, arrebatado brutalmente, después Luc Arthur Vebobe, instigado por el Fantasma de la Avaricia, y por último Jo Jo García. Pero antes de desvanecerse hasta un nuevo ruego, el Fantasma de la Continuidad arrojó sus redes sobre el chipriota, atándolo brevemente. Después, el silencio.

Su cuerpo espectral se evaporó ante un mudo testigo. El Fantasma de la Renovación arrancó su lanza del suelo y sonrió. Había ganado por cuarto año consecutivo su batalla contra la Continuidad. Este año había sido más difícil que nunca, pero los seres humanos eran así, inconstantes, olvidadizos, siempre buscando algo nuevo que les reconforte. Jugando con ellos era muy difícil perder la partida.

04 agosto 2006

El largo y cálido verano (II)



Mayo del 2004, verano de rabia...

-20 minutos, 20 malditos minutos a 1000 kilómetros del hogar.

Estas palabras, rotundas y sinceras, salieron de mi boca tras vaciar una jarra sobre la mesa de la terraza. Un anciano de mirada severa me observó irritado porque había interrumpido su lectura diaria. Mi amigo Guillem tamborileó con sus dedos la tapa del libro que estaba leyendo y todo se volvió a sumir en la rutina de un domingo por la mañana.

Tantas ilusiones, tanta pasión, tantos sufrimientos, fatigas, deseos, anhelos, frustraciones, cábalas y la fiel peregrinación cada dos viernes al Príncipe Felipe para luchar en la pista junto a nuestros héroes particulares. Todo terminado en 20 malditos minutos, los que transcurrieron de juego entre las 21:15 y las 21:50 del 28 de mayo de 2004.

En esos 20 minutos las puertas del infierno se abrieron una vez más para dejar pasar las almas de una afición que acariciaba por primera vez el sueño del retorno al Edén en el que una vez residimos antes de ser expulsados por la serpiente de las deudas.

Dinero, maldito dinero. Por el dinero bajamos y de adinerados nos acusaban. El equipo rico de la LEB, pero en verdad no teníamos más que prestigio de un fantasma del pasado e ilusión, mucha ilusión. Granada no fue una tierra soñada, sino una Alhambra inexpugnable donde nos estrellamos en los tres partidos del playoff. Después, la nada.

Lo mejor del año fue el camino, Guillem. Un camino lleno de espinas. Se nos cayó un ídolo con pies de barro y rostro de cemento, un hombre veterano que ya no quería o podía jugar más y que no eligió la mejor manera de contarlo. Del Fran Murcia de la Final de Copa contra el TAU al que salió por la puerta trasera en marzo del 2004 habían pasado 9 años y muchas tablas por sus rodillas.

Pero encontramos otro, distinto en las formas, en el juego y en procedencia, pero que nos devolvió el corazón, la rasmia que el viejo CBZ esgrimía en sus campañas de abonados un millón de años antes. Ese corazón era argentino y de pasaporte italiano, de nombre Matías Lescano. Con el Bicho volvimos a sentir que éramos grandes, liderando un EQUIPO, sí, con mayúsculas. Un gran equipo con un base que corría y otro que dirigía y anotaba de lejos (Ciorciari y González); con un escolta que bombardeaba el aro y otro un perro de presa (Doblado y Sabaté); con dos aleros que hacían de todo y todo bien (Lescano y Ferrer); y con cuatro pívots que cubrían los defectos de los otros para que el sistema funcionara, el que metía los puntos (Hill), el que cogía los rebotes (Earl, luego Walls), el que defendía a muerte (Mesa) y el comodín, que igual te defendía al base que al pívot y luego te anotaba un triple (Esmorís).

Con este equipo alcanzamos las 15 victorias consecutivas (12 de Liga, 2 en la Copa del Príncipe y un amistoso) y el primer título de la nueva era, una Copa del Príncipe en nuestro hogar, donde nos sentíamos invulnerables. Era tiempo de ilusión, pero una nube negra descendió sobre nuestra ciudad y descargó una pedregada sobre el Bicho en forma de lesión. Cuando volvió, ya no era nuestro Bicho. En esa Final se rompió nuestro sueño.

Después ya nada fue igual. Ni siquiera la épica eliminatoria en tierras de Plasencia, donde contemplamos las malas artes de un Guillem Rubio (tocayo tuyo) inspirado por el peor fantasma griego o italiano para atormentar a Otis Hill. Fue un pico en el camino, pero de la cima sólo se puede ir hacia abajo.

El camino destrozado no invita a correr, Guillem. Hay un tiempo para disfrutar y otro para morir. El verano de la rabia nos enseñó a moderar la velocidad y a gozar cada segundo de los tiempos de gloria, pues cuando llegan las vacas flacas (y siempre llegan) lo que has vivido es lo que debes recordar, y no lo negro del futuro. Esa fue la lección de aquel 28 de mayo del 2004.